La Teogonía – Hesíodo



La Teogonía – Hesíodo (Pasaje)

Mas Zeus y los otros inmortales que Rea, la de hermosa cabellera, había concebido de Cronos, los sacaron nuevamente a la luz por consejo de la Tierra; la cual, al enterarles detalladamente de cuanto era opuesto, les aseguró, que con ellos conseguirían vencer y ganarían espléndida gloria. Pues hacía mucho tiempo que luchaban con dolorosa fatiga, los dioses Titanes y los engendrados por Cronos; y entre aquéllos y éstos se daban ásperos combates, sostenidos desde las alturas del Otris por los ilustres Titanes y desde el Olimpo por los dioses, dadores de los bienes, a quienes había dado a luz Rea, la de hermosa cabellera, después de acostarse con Cronos. Poseídos de dolorosa ira los unos contra los otros, batallaron incesantemente por espacio de diez años enteros, sin que ninguna de las partes consiguiese hallar solución ni dar fin a la grave contienda, porque los resultados de la lucha fueron iguales para entrambas. Mas, cuando Zeus dio a aquéllos las cosas convenientes y además néctar y la ambrosía de que se alimentan los mismos dioses, el ánimo audaz cobró más vigor en todos los pechos. Y así que hubieron gustado el néctar y la deliciosa ambrosía, le dijo el padre de los hombres y de los dioses:

«¡Oídme, hijos preclaros de la Tierra y el Cielo, para que os manifieste lo que en mi pecho el ánimo me ordena deciros! Mucho tiempo ha que nos disputamos la victoria y el imperio, sin dejar de combatir ni un solo día, los dioses Titanes y cuantos descendemos de Cronos. ¡Mostrad vosotros, en la luctuosa batalla contra los titanes, vuestra fortaleza e invictas manos; y acordaos de la buena amistad que nos une y de cuanto padecisteis hasta que, libertados de un lazo cruel por nuestra decisión, habéis vuelto nuevamente a la luz de la oscuridad sombría!»

Así se expresó. Y el eximio Coto le respondió de esta suerte: «¡Augusto Zeus! Nos hablas de cosas que no ignoramos. Conocemos también la superioridad de tu inteligencia y de tu pensamiento, y nos consta que proteges a los inmortales contra plagas horribles. Merced a tu providencia, oh soberano hijo de Cronos, nos libramos de los duros lazos y hemos salido inesperadamente de las tinieblas sombrías. Por esto ahora con ánimo firme y decisión prudente, salvaremos su imperio en esa contienda terrible, trabando con los Titanes encarnizados combates.»

Así habló. Oído el discurso, los dioses, dadores de los bienes, lo aprobaron – en su corazón habíase acrecentado el deseo de pelear- y promovieron aquel día una deplorable batalla, todos juntos, así las hembras como los varones, es a saber, los dioses Titanes, cuantos descendían de Cronos y aquellos a quienes Zeus sacara a la luz desde lo más hondo de la tierra, desde el Érebo, los cuales eran formidables y vigorosos y estaban dotados de extraordinaria fuerza. Cada uno tenía cien brazos que se agitaban desde los respectivos hombros y encima, coronando los robustos miembros, le habían crecido cincuenta cabezas. Entonces, después de coger grandes y fuertes rocas con sus robustas manos, se dispusieron a luchar contra los Titanes; éstos en la parte opuesta, cerraron las filas de las falanges; y pronto demostraron unos y otros qué labor realizaba la fuerza de sus brazos: retumbó horriblemente el inmenso ponto, recrujió la tierra, gimió estremecido el anchuroso cielo, y tembló el vasto Olimpo desde lo más profundo, al chocar impetuosamente los inmortales; la recia sacudida llegó al oscuro Tártaro y juntamente con ella el estrépito causado por las pisadas, el enorme tumulto y los fuertes tiros. ¡De tal manera arrojaban unos y otros los dolorosos proyectiles! Las voces de ambos partidos al exhortarse llegaban al cielo estrellado y los combatientes vinieron a las manos con gran clamoreo.

Tampoco Zeus quiso reprimir su furor y, habiéndosele llenado de cólera las entrañas, desplegó todo su poder: fue siempre hacia adelante, relampagueando desde el cielo y el Olimpo; los rayos salían frecuentemente de su robusta mano, junto con el trueno y el relámpago, y propagaban la oscilante llama sagrada; la vivificante tierra, al quemarse, crujía por doquier y la gran selva crepitaba fuertemente por la acción del fuego. Se abrasaba toda la tierra y hervían las corrientes del Océano y el estéril ponto; un vapor cálido rodeaba a los Titanes terrestres; la llama inmensa subía al divino éter y el intenso fulgor de rayos y relámpagos cegaba los ojos de los más esforzados. El vastísimo incendio invadió el Caos; y, así por el espectáculo que contemplaban los ojos como por el alboroto que percibían los oídos, se hubiese dicho que el alto y anchuroso Cielo iba a chocar con la Tierra; pues un estruendo semejante se produciría, si ésta fuese aplastada porque aquél le cayera encima. ¡Tal estrépito se dejó orí al entrar los dioses en batalla! Mientras tanto, los vientos levantaban ruidosamente torbellinos de polvo que coincidían con los truenos, los relámpagos y los ardientes rayos, las armas del gran Zeus, y llevaban por en medio de ambos ejércitos el fragor y el vocerío. Se alzaba de la horrorosa contienda un estrépito terrible y la fuerza de unos y otros se manifestaba en las respectivas hazañas. Pero al fin se decidió la pelea, después de acometerse todos con igual empeño y de sostener sin intermisión una encarnizada batalla.

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