Aforismos – Leonardo Da Vinci.


También los animales sufren mayor perjuicio privados de la vista que privados del oído, y esto por varias razones: primero porque la vista les es necesaria para hallar el alimento que es indispensable para su nutrición, y, segundo, porque es con la vista que se percibe la belleza de las cosas creadas, y máximamente de las que inducen al amor. Es así que, entre los hombres, el ciego de nacimiento no puede concebir por el oído lo que es la belleza, porque nunca tuvo noción de ella; y el sentido del oído que le queda sólo le sirve para entender las voces del lenguaje humano que encierra los nombres de todas las cosas que tienen nombre. Sin saber siquiera esos nombres, también se puede vivir contento, como viven los sordomudos, que se distraen dibujando.

Dice el poeta que él sabe describir (alegóricamente) cosas que representan a otras llenas de hermosos pensamientos. Y el pintor dirá a su vez que él puede a su arbitrio, hacer lo mismo; con lo cual demuestra que, también en esto, él es poeta. Si el poeta afirma ser capaz de encender en los hombres el amor, que es cosa principal en todas las especies animales, el pintor podrá hacer lo mismo, mostrando al amante la propia efigie del objeto amado, la que es frecuentemente de tan exacto parecido, que induce besarla y hablarle: cosa imposible de hacer con las bellezas que describe el poeta. Y aun llega a tanto el dominio de su arte sobre el espíritu humano que lo atienta a enamorarse de pinturas que no representan ninguna mujer real.

¿Quién no preferirá perder el oído, el olfato y el tacto antes que la vista? Porque el que pierde la vista es como un hombre desterrado del mundo, puesto que ya no puede verlo ni ver cosa alguna; y una vida semejante es hermana de la muerte.

Leyenda del vino y de Mahoma. Hallándose el vino, ese sublime licor extraído de la uva, en una rica taza de oro, ensoberbecido por tanto honor, se sintió de pronto asaltado por un pensamiento contrario y se dijo a sí mismo: – ¿qué hago, pues? ¿Por qué estoy tan alegre? ¿No advierto que estoy a punto de morir, dejando la habitación que me brinda esta áurea taza para entrar en las torpes y fétidas cavernas del cuerpo humano y transformarme, de odorífero y suave licor, en fea y sucia orina? ¿Y como si eso no bastara, tendré todavía que permanecer largo tiempo en inmundos receptáculos, con la maloliente y corrompida materia que expelen las entrañas? –. Y gritó al cielo reclamándole venganza contra su adverso destino y pidiéndole que pusiese fin de una vez a tanta degradación: que si el país producía las mejores uvas del mundo, tanto menos motivo existía para transformarlas en vino. Dispuso entonces Júpiter que el espíritu del vino bebido por Mahoma subiera a su cerebro, enloqueciéndolo y haciéndolo cometer tales errores que, vuelto a su sano juicio, promulgó una ley que prohibía a los asiáticos el uso del vino.

El asno sobre el hielo. Habiéndose dormido el asno sobre el hielo de un profundo lago, su calor derritió el hilo, y el asno, para su daño, hundiéndose en el agua, se ahogó apenas despierto.

No debemos desear lo imposible.

Apenas el vino entra en el estómago, comienza a hervir y a fermentarse; el alma empieza a abandonar el cuerpo, dirigiéndose hacia el cielo encuentra el cerebro, que es la causa de que ella haya abandonado el cuerpo; ya empieza a contaminarlo y a enfurecerlo a la manera de un loco; ya comete irreparables errores, matando a sus amigos…

Los tordos y la lechuza. Los tordos vieron con mucha alegría que un hombre se apoderaba de una lechuza y la privaba de su libertad, ligándole las patas con fuertes lazos; y esta lechuza, con ayuda del visco, fue causa de que los tordos perdieran, no sólo su libertad, sino también su propia vida. Dicho para aquellos pueblos que se regocijan viendo a sus gobernantes sin libertad, con lo que ellos mismos pierden todo socorro y caen presa del enemigo, que les arrebatará entonces muchas veces, además de la libertad, la vida misma.

La ostra y el cangrejo. En la época del plenilunio la ostra se abre cuanto puede; el cangrejo, introduciéndolo entonces un guijarro o una astilla, que le impide cerrarse, la devora. Tal ocurre a quien abre la boca y dice su secreto para provecho del malintencionado auditorio.

Nuestra mente abandonada a sí misma nos engaña. No hay cosa que nos engañe más que nuestro juicio.

Ley del mínimo esfuerzo. Toda acción natural se realiza por el camino más corto.

Evolución histórica de la pintura. Si el pintor elige para modelos pinturas ajenas, las suyas serán de poca excelencia; pero si aprende directamente de la naturaleza, conseguirá buen fruto. Así vemos que los pintores posteriores a la época de los romanos, imitándose siempre unos a otros, llevaron su arte a la decadencia. Después de estos vino Giotti, florentino, el cual, nacido en montes solitarios sólo habitados por cabras y bestias semejantes, inspirado por la naturaleza, empezó a dibujar en las piedras las formas y movimientos de las cabras de su rebaño. Comenzó luego a representar todos los animales que encontraba en el campo; y de ese modo, tras de mucho estudio logró superar, no sólo a los maestros de su tiempo, sino también a los de muchos siglos anteriores. Después de él, volvió a declinar el arte, porque todos imitaban las pinturas hechas; y siguió así declinando hasta que Tomás florentino, apodado Mosaccio, mostró con su obra perfecta cómo aquellos que tomaban por modelo algo que no fuera la naturaleza, maestra de los maestros, trabajaban en vano.

El olmo y la higuera. Observando una higuera las ramas estériles de un olmo, su vecino, las cuales osaban robar el Sol a sus frutas, verdes todavía, le dijo en son de reproche: – ¿no te avergüenzas, olmo, de estar delante de mí? Pero aguarda a que mis hijos lleguen a su edad madura y verás luego cuál será tu suerte–. Y sucedió que, pasando algún tiempo después un escuadrón de soldados por aquel paraje, la emprendieron a golpes con la higuera para quitarle sus ya maduros frutos. Y el olmo, viéndola toda estropeada, lacerada y con sus ramas rotas, le preguntó: – ¡oh, higuera!, ¿no hubiera sido para ti mejor estar sin hijos que venir a tan mísera situación a causa de ellos?

¿Qué te mueve, hombre, a abandonar tus habitaciones de la ciudad, a dejar parientes y amigos, a recorrer lugares campestres atravesando montes y valles, si no es la belleza natural del mundo, la que, pensándolo bien, sólo puedes gozar con el sentido de la vista? Y si el poeta quiere entonces llamarse él también pintor, ¿por qué no aprovechas sus descripciones de aquellos sitios y te quedas en casa sin tener que soportar el calor excesivo del Sol? Al fresco, sin agitación, sin peligro de enfermarte, ¿no conseguirías así un más útil resultado con menos fatiga? Pero el alma no lograría entonces el beneficio que los ojos –ventanas de su habitación– le concede de contemplar los alegres paisajes de umbrosos valles, regados por el curso juguetón y sinuoso de los ríos, las viadas flores que armonizan sus colores para encanto de los ojos, y todas las otras cosas que se manifiestan a la vista. Y si el pintor, en los días fríos y duros del invierno, te ofrece la imitación de esos mismos paisajes y de otros que fueron escenario de tus placeres, si en ella puedes verte de nuevo en compañía de tu amada, cabe a una fuente, rodeado de floridas praderas, bajo la dulce y verde sombra de los árboles, ¿no sentirás un deleite muy superior al de oír los mismos efectos descritos por el poeta?

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