El malestar en la globalización. Cosas...

pág. 157, PRIORIDADES Y ESTRATEGIAS.

Es importante prestar atención no sólo a lo que el FMI incluye en su agenda sino también a lo que excluye. La fiscalidad, y sus efectos dañinos, están en la agenda; la reforma agraria, no. Hay dinero para rescatar bancos pero no para mejorar la educación y la salud, y menos aún para rescatar a los trabajadores que pierden sus empleos como resultado de la mala gestión macroeconómica del FMI [Nota: el dinero es de las pocas cosas reacias a volatilizarse fácilmente, el dinero siempre lo hay, y se crea más cada día, no nos engañemos(ejem)].
Muchos de los capítulos que no figuraban en el Consenso de Washington habrían podido dar lugar tanto a un mayor crecimiento como a una mayor igualdad. La propia reforma agraria ilustra las opciones en liza en bastantes países. En numerosas naciones subdesarrolladas un puñado de ricos posee el grueso de la tierra (Nota: no sólo en numerosas naciones subdesarrolladas). Una amplia mayoría de la población trabaja como agricultores arrendatarios y se queda con apenas la mitad de lo que produce o menos (Nota: quedarse con apenas la mitad, es quedarse con menos de la mitad por antonomasia; yo diría: se quedan un ápice de lo que producen). A esto se denomina aparcería (Nota def.: 1. Trato o convenio de quienes van a la parte en una granjería; 2. Contrato mixto, que participa del de sociedad aplicado al arrendamiento de fincas rústicas, y que se celebra con gran variedad de pactos y costumbres supletorias entre el propietario y el cultivador de la tierra; 3. Contrato de sociedad, anexo al anterior o independiente de él, para repartir producto o beneficios del ganado entre el propietario de éste y el que lo cuida o recría.) El sistema de aparcería debilita los incentivos –cuando los campesinos pobres comparten equitativamente con los terratenientes, los efectos de esto equivalen a un impuesto del 50 por ciento sobre los pobres–. El FMI batalla contra los elevados tipos impositivos sobre los ricos y señala que destruyen los incentivos, pero no dice prácticamente nada sobre estos impuestos ocultos. La reforma agraria, adecuadamente implantada, que asegure que los trabajadores no sólo tengan tierra sino también acceso al crédito y a los servicios de extensión que les enseñen cómo utili8zar nuevas semillas y técnicas de plantación, podría impulsar notablemente la producción. Pero la reforma agraria comporta un cambio fundamental en la estructura de la sociedad, no necesariamente del grado de la élite que puebla los ministerios de Hacienda, con la cual interactúan las instituciones financieras internacionales (Nota: en mi opinión, no habría que evadirse de la culpa compartida con dicha institución). Si dichas entidades estuvieran realmente preocupadas por el crecimiento y el alivio de la pobreza, prestarían mucha atención a este asunto (Nota: esta frase me hizo gracia; con un poco de atención ya se aliviaría bastante la pobreza); la reforma agraria precedió varios de los casos de desarrollo con éxito, como los de Corea y Taiwan.ç

Otro rubro descuidado fue la regulación del sector financiero. Cuando se centró en la crisis latinoamericana a comienzos de los ochenta, el FMI aseveraba que las crisis eran ocasionadas por las políticas fiscales imprudentes y por las políticas monetarias demasiado laxas. Pero en todo el mundo las crisis han revelado una tercera fuente de inestabilidad: una inadecuada regulación del sector financiero. Sin embargo, el FMI insistió en reducir las regulaciones, hasta que la crisis del Este asiático lo obligó a cambiar de rumbo. Si el FMI y el Consenso de Washington pusieron poco énfasis en la reforma agraria y la regulación del sector financiero, en muchos lugares el énfasis en la inflación fue exagerado. Por supuesto, en regiones como América Latina, donde la inflación había sido rampante, se trataba de algo que merecía atención.
Pero al centrarse el FMI excesivamente en la inflación llevó a altas tasas de interés y tipos de cambio, creando paro y no crecimiento. Los mercados financieros pudieron estar satisfechos con las reducidas cifras de inflación (Nota: la estabilidad económica depende de éstos en primera instancia), pero los trabajadores –y los preocupados por el problema de la pobreza– no estaban contentos con el crecimiento débil y el paro elevado.

Por fortuna, la reducción de la pobreza se ha transformado en una prioridad creciente del desarrollo. Vimos antes que las estrategias de la «filtración» y de la «filtración plus» no han funcionado. A pesar de ello, es verdad que en promedio los países que más han crecido son los que más han reducido la pobreza, como China y el Este Asiático demuestran ampliamente. También es verdad que la erradicación de la pobreza exige recursos (Nota: vaya vulgaridad siempre que se extrapole fuera del capitalismo), y sólo cabe obtener recursos mediante el crecimiento. Por tanto, la existencia de una correlación entre crecimiento y disminución de la pobreza no debería sorprender.


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Comprender las opciones requiere entender las causas y la naturaleza de la pobreza. No es que los pobres sean perezosos: a menudo trabajan más esforzadamente y durante más tiempo que los más pudientes (Nota: eufemismo). Muchos son presa de una serie de círculos viciosos (Nota: círculos viciosos…): la falta de comida produce enfermedad, lo que limita su capacidad de generar ingresos, lo que empeora aún más su salud (Nota: añadiría unos cuantos problemas más). Como bastante hacen con sobrevivir, no pueden enviar a sus hijos al colegio, y sin educación los niños están condenados a una pobreza de por vida. La pobreza es un legado que pasa de una generación a la siguiente. Los campesinos pobres no pueden pagar los fertilizantes y las semillas de alto rendimiento que podrían incrementar su productividad. (Nota: en países del Sur de América, facilitan a los campesinos fertilizantes peligrosos que organizaciones de salud han prohibido utilizar, supongo que por su bajo precio. Las consecuencias son muchas para los trabajadores a corto plazo y los consumidores a largo plazo).

Éste es sólo uno de los muchos círculos viciosos que acosan a los pobres. Partha Dasgupta, de la Universidad de Cambridge, ha subrayado otro. En los países pobres como Nepal, los pobres no tienen más fuente de energía que los bosques cercanos; pero a medida que agotan los bosques para satisfacer las necesidades elementales de calefacción y cocina, el suelo se erosiona y con un medio ambiente que se degrada están condenados a vivir en una creciente pobreza.

Con la pobreza llega la sensación e impotencia. Para elaborar su Informe Mundial del Desarrollo 2000, el Banco Mundial entrevistó a miles de pobres en un ejercicio que fue llamado «Las voces de los pobres». Aparecen varios temas, no sorprendentes. Los pobres sienten que no tienen voz y que no controlan su propio destino (Nota: es verdad, no son temas sorprendentes para los que lo saben a priori); son golpeados por fuerzas que no pueden contener.

Y los pobres se sienten inseguros. No sólo con sus rentas inciertas –los cambios en las circunstancias económicas, que no manejan, pueden llevar a que caigan los salarios reales y que pierdan sus empleos, algo dramáticamente ilustrado por las crisis del Este Asiático– sino que afrontan riesgos en su salud y continuas amenazas de violencia, a veces de otros pobres que tratan contra viento y marea de satisfacer las necesidades de sus familias, a veces de la policía y otras autoridades. Mientras que algunos en los países desarrollados se impacientan con las deficiencias de los seguros sanitarios, en los países subdesarrollados se vive sin seguro alguno –ni de paro ni de salud ni de pensión–. La única red de seguridad viene proporcionada por la familia y la comunidad, y por eso es tan importante en el proceso de desarrollo procurar preservar estos vínculos.

Para aliviar la inseguridad –debida al capricho de un patrón explotador o al de un mercado cada vez más azotado por las tormentas internacionales– los trabajadores han batallado para conseguir más seguridad en el empleo. Pero aunque los trabajadores han luchado por «empleos decentes», el FMI lo ha hecho por lo que eufemísticamente denomina «flexibilidad del mercado laboral», que suena como poco más que hacer funcionar mejor el mercado de trabajo, pero en la práctica ha sido simplemente una expresión en clave que s significa salarios más bajos y menor protección laboral.

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