Págs. 84-85 Extracto razonado del Tratado de las sensaciones - Étienne Bonnot de Condillac



Capítulo V

Consideraciones sobre las ideas abstractas y generales
 o cómo el arte del raciocinio
se reduce a un lenguaje exacto

Las ideas abstractas y generales son únicamente denominaciones.

                Las ideas generales, cuya formación hemos explicado ya, forman parte de la idea total de cada uno de los individuos a los cuales convienen, y por esta razón se las considera como otras tantas ideas parciales. La idea de hombre, por ejemplo, forma parte de las ideas totales de Pedro y de Pablo, puesto que la encontramos tanto en el uno como el otro.
                No hay hombre en general. Esta idea carece de realidad fuera de nosotros; pero la tiene en nuestra alma, donde existe separadamente de las ideas totales o individuales de las que forma parte.
                Sólo tiene realidad en el alma, porque la consideramos como separada de cada idea individual; y, por esta razón, la denominamos abstracta, pues abstracta sólo significa separada.
                Todas las ideas generales no son más que otras tantas ideas abstractas, y es evidente que sólo las formamos tomando de cada idea individual aquello que en nuestro espíritu es común a todas.
                Pero, ¿qué es, en el fondo, la realidad más que una idea general y abstracta que existe en nuestra alma? Es sólo un nombre; y si es alguna otra cosa, deja inmediatamente de ser abstracta y general.
                Por ejemplo, cuando yo pienso en hombre, puedo no considerar esta palabra más que como una denominación común, en cuyo caso es evidente que mi idea está circunscrita a ese nombre, que no se extiende más allá, y que, por tanto, sólo es eso mismo.
                Si, por el contrario, pensando en hombre considero en esta palabra algo más que una denominación, es porque, en efecto, yo me represento un hombre, y un hombre no podría ser en mi espíritu y en la Naturaleza el hombre abstracto y general.
                Así pues, las ideas abstractas no son más que denominaciones; si nos empeñásemos en suponer otra cosa, nos pareceríamos a un obstinado pintor que intentase tercamente pintar el hombre en general, y que, sin embargo, jamás podría pintar otra cosa que los individuos.

Por tanto, el arte de razonar se reduce a un lenguaje exacto.

                Esta observación sobre las ideas abstractas y generales demuestra que su claridad y precisión dependen tan sólo del orden en que hemos hecho las denominaciones de las clases; y, por consiguiente, para determinar estas clases de ideas no hay más que un procedimiento: construir bien el lenguaje. Esto confirma lo que hemos demostrado ya, esto es, cuán necesarias nos son las palabras, pues si no tuviésemos denominaciones, no tendríamos ideas abstractas; si no tuviésemos ideas abstractas, tampoco tendríamos clases ni especies, y, al no tenerlas, no podríamos raciocinar sobre cosa alguna. Y el hecho de no poder hacerlo sin la ayuda de estas denominaciones es una nueva prueba de que sólo raciocinamos, bien o mal, según esté construido nuestro lenguaje. Por tanto, el análisis sólo nos enseñará a raciocinar más que en cuanto que enseñándonos a determinar las ideas abstractas y generales, nos enseñe a formar bien nuestro lenguaje, y, consecuentemente, el arte de raciocinar se reduce al arte de hablar bien.
                Hablar, razonar, hacerse ideas abstractas o generales es, en el fondo, la misma cosa; y por sencilla que sea la verdad, podría pasar por un descubrimiento. Ciertamente que no se ha dudado de ello; pero lo parecería por la forma en que se habla y se razona; por el abuso que se hace encontrar en concebir ideas abstractas los que encuentran tan pocas dificultades para hablar de ellas. El arte de raciocinar se reduce a una lengua bien combinada, porque el orden de nuestras ideas no es más que la subordinación que hay entre los nombres dados a géneros y especies; y puesto que no tenemos ideas nuevas más que si formamos nuevas clases, es evidente que no determinaríamos las ideas más que en el caso de que determinásemos las clases. Entonces razonaríamos bien, porque la analogía nos guiaría en nuestros juicios tanto como en la comprensión de las palabras.

Comentarios